Romanos VI

  Hace ya varios años, yo escribí un librito que lleva por título, “Una hora en Romanos”, y en él presento algunos aspectos que creo interesantes en cuanto a Roma. Pablo conocía a la ciudad de Roma, aunque nunca había entrado en sus límites, antes de escribir este libro. Roma era como un gran barco que pasa durante la noche y que levanta fuertes olas que se rompen en las costas lejanas. Su influencia era como la de una potente emisora de radio que penetraba cada esquina y escondrijo del Imperio Romano. 


 Pablo había visitado las ciudades coloniales tales como Filipos y Tesalónica. En estas ciudades había observado las costumbres romanas, las leyes, el idioma, las modas, y la cultura en plena exhibición. Pablo había viajado por los caminos romanos. Se había encontrado con los soldados romanos en las carreteras y en los sitios de mercado, y también había dormido en las cárceles romanas. Pablo había tenido que acudir ante magistrados romanos y se había gozado de todos los beneficios de la ciudadanía romana. De modo que, se puede ver que Pablo, conocía todo lo que debía saberse en cuanto a Roma, sin haberla visitado todavía. 


 Desde el escenario de la capital del mundo, Pablo iba a predicar el evangelio global al mundo perdido que Dios tanto amaba, que había dado a su Hijo unigénito, para que todo aquél que en Él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Roma era como una especie de gran imán, que atraía a los hombres y mujeres desde los confines del mundo entonces conocido, a su centro. Mientras Pablo y los otros apóstoles viajaban por todas partes del gigantesco imperio, trajeron a grandes multitudes a los pies de la cruz. Iglesias cristianas fueron establecidas en la mayoría de las grandes ciudades del imperio. 


 Con el transcurrir del tiempo, muchos creyentes en Cristo fueron atraídos al centro del imperio, o sea la ciudad de Roma. El dicho que “todos los caminos llevan a Roma” era una verdad muy evidente en aquel entonces y no simplemente un dicho. A medida que más y más cristianos fueron congregándose en esa gran metrópolis, comenzó a emerger una iglesia visible. Es probable que la iglesia de Roma no fuera establecida por un sólo hombre. Los hombres que habían sido convertidos mediante el testimonio de Pablo y de otros apóstoles de las ciudades periféricas, se fueron a vivir a Roma, donde organizaron la primera iglesia cristiana. En verdad, no creo que Pedro haya sido el que 12 Romanos Un Comentario haya tenido algo que ver con la fundación de la iglesia en Roma, pues, su sermón en el día de Pentecostés estuvo dirigido exclusivamente a los israelitas. No fue sino hasta después de la conversión de Cornelio, cuando Pedro estuvo convencido de que los gentiles también estuviesen incluidos en el cuerpo de creyentes.


Con todo esto, se ha visto que Pablo, es quien está escribiéndoles a los romanos. También se ha visto que más tarde, visitaría la ciudad de Roma. Asimismo, que él conocía Roma y que él fue el fundador de la iglesia en Roma. Lo que todavía nos resta es considerar el mensaje, o sea, el contenido de esta carta. Aquí quisiera decir que me encuentro personalmente muy incapacitado para este estudio, porque trata el gran tema de la justicia de Dios. Es un mensaje que he tratado de proclamar a través de muchos años. Es un mensaje que el mundo en general no quiere escuchar ni aceptar. Lo que el mundo desea escuchar es acerca de las glorias de la humanidad. Quiere que la humanidad sea exaltada y no el Señor; y si habla de Dios, sólo se refiere a Su bondad.


 Permítame decir, que estoy totalmente convencido, que cualquier ministerio que trate de enseñar la gloria del hombre y que no presente su depravación total, ni revele que el hombre es totalmente corrupto y arruinado, no puede ser eficaz. La enseñanza que no incluya esa gran verdad no puede levantar a la humanidad, ni le podrá ofrecer remedio alguno, porque es un hecho que el único remedio que hay para el pecado del hombre hoy en día, es el remedio perfecto que tenemos en la persona del Hijo de Dios, el Señor Jesucristo y que Él ha provisto para una raza perdida y depravada. 


 En cierta ocasión, tuve que regresar de un viaje a Europa y la tierra santa, un día antes de lo que esperaba, porque había sido invitado a oficiar en los funerales de Audie Murphy, el héroe más condecorado durante la Segunda Guerra Mundial, y quien había perecido en un accidente aéreo. La esposa del señor Murphy me había pedido, que me encargara del funeral, ya que ellos habían asistido durante más de diez años a la iglesia que yo pastoreaba. Yo había conocido a esta señora cuando primero ella aceptó al Señor Jesucristo como su Salvador personal. Luego, pude observar cómo ella crecía en la gracia y el conocimiento de Jesucristo. Ahora, ella me pedía que presentara un mensaje evangelístico durante los servicios funerales de su esposo.

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